Monday, March 27, 2006

MONJAS REVOLUCIONARIAS

TRASLADO DE LA SEDE EPISCOPAL DE MÉRIDA A MARACAIBO.-
(Caso Histórico)

El Convento de Clarisas de Mérida se fundó en 1651 con esfuerzos y eficaz ayuda del Presbítero Juan de Vedoya.
A través de la larga tradición religiosa de la población, damas de mucho linaje tomaron el hábito y llevaron además de la dote, valiosas donaciones al Monasterio.
Hasta la época de las primeras tentativas de insurrección, el asilo era completamente apacible y hasta poético.
Pero el terremoto de 1812 y la guerra de Independencia fueron para las Clarisas causa de grandes pérdidas materiales y hondas tribulaciones espirituales.
Los bandos políticos de patriotas y realistas se veían reflejados también en el ánimo de las monjas. Al punto en que se llegó a popularizar el siguiente versito:
Las monjas están rezando
En abierta oposición;
Unas piden por Fernando,
Otras ruegan por Simón.
El hecho que más influyó para definir los bandos entre las religiosas, fue la disposición realista de trasladar el Convento de Mérida a Maracaibo.
La misma fue solicitada por el Vicario Capitular Irastorza y por el Dr. Mateo Más y Rubí con el pretexto de la ruina general producida por el terremoto en la ciudad de la Sierra. Aunque la verdadera razón era castigarlas por revolucionaria, privándola de las instituciones y preeminencias que más la enaltecían.
Obtuvieron la real provisión de la Audiencia de Caracas en 1813 pero las circunstancias políticas no permitieron a los realistas llevar acabo el traslado sino hasta 1815.
De treinta que eran las monjas, trece optaron por trasladarse a Maracaibo, siguiendo la voluntad de las autoridades realistas. Entre ellas la hermana y la prima del Prebendado Dr. Más y Rubí.
Mientras que pertenecían al bando de las opositoras, las tres hermanas del Dr. D. Cristóbal Mendoza y otras ligadas muy estrechamente por la sangre, a los próceres merideños y trujillanos.
Desde la víspera al día señalado, 3 de mayo de 1816, se sacó a la portería del Convento todo el equipaje. Entre los objetos del culto que debían transportarse estaba la antigua imagen de Santa Clara.
Pese a la discrepancia en opiniones políticas, existía entre las monjas cálidos afectos cultivados a través de las prácticas religiosas. La despedida fue triste y conmovedora de ambas partes.
Oportunamente habían ido los arrieros a levantar el gran equipaje. Cuando le llegó el turno al bulto que contenía la imagen fue grande la sorpresa de todos los presentes al ver que pesaba como si contuviera barras de plomo. Se necesitaba la fuerza de dos hombres para moverla apenas del suelo. Era del todo imposible moverla a lomo de mula.
Ya las monjas estaban a caballo en la calle en actitud de marcha cuando el Dr. Más y Rubí, consideró que la novedad podría ocasionar alboroto por parte del pueblo y ordenó dejar la caja y emprender la marcha. También encomendó reservadamente al Capellán del Convento y a las autoridades realistas que allí estaban, la averiguación del caso, por si se trataba de alguna superchería.
Pero tal sospecha resultó infundada, porque al alejarse el numeroso grupo de viajeros, escoltados por fuerte piquete de tropas, se procedió a abrir el pesado bulto. La imagen apareció con su vestido de costumbre y algunas flores artificiales que las monjas habían puesto en los espacios vacíos. Sólo el busto y brazos de la Santa eran de madera maciza, montados en un armazón de tablas en forma cónica.
Viendo que allí nada había que fuese de gran peso, volvieron a tantear el bulto, notando con nueva sorpresa que ya no pesaba como antes.
Poseídos de santo temor ante este hecho evidente, resolvieron allí mismo que la imagen fuese devuelta a las monjas que se habían quedado en el Convento de Mérida.
Mayor fue el asombro al ver que dos débiles mujeres, sin mayor esfuerzo, hicieron lo que no habían podido hacer los forzudos arrieros: levantar fácilmente la caja, con todo su contenido, del suelo. Introdujeron la imagen con prontitud al sagrado recinto donde fue recibida con innumerables exclamaciones de admiración por la comunidad.
Antes de regresar a la Santa a su nicho de honor en el templo, le improvisaron un altar circundado de flores frescas, le encendieron multitud de velas y quemaron incienso y mirra. Trémulas de gozo por el milagroso hecho, cayeron de rodillas ante Santa Clara, deshogando su agradecimiento por medio de fervientes y entrecortadas oraciones.
Hallándose la ciudad dominada por los realistas, las autoridades trataron de ocultar el misterioso caso que favorecía los intereses de los patriotas. Pero, como era de esperarse, a hurtadillas y en secreto, corrió la crónica por el poblado y los campos: Santa Clara se hizo la pesada para no salir de su Convento.
La peregrinación de las monjas que siguieron la voluntad de las autoridades realistas fue triste y angustiosa por la fragosidad de los caminos y las lluvias torrenciales del mes de mayo. Para colmo una de las monjas, que iba enferma, murió en Timotes, lo que retardó seis días la marcha. Finalmente arribaron a Maracaibo el 21 de mayo y recibieron una buena y solícita hospitalidad.
Pero el definitivo establecimiento del Monasterio en la importante ciudad lacustre se vio entorpecido, en 1817, por la muerte de su principal promotor, el Vicario Capitular Irastorza. Las acciones quedaron en manos de otro de sus patrocinadores: el Obispo Lasso. Quien, en 1821, cambió de opinión política y de parecer al respecto y ese mismo año, el Congreso de Cúcuta decretó la restitución a Mérida de la Sede Episcopal y sus anexos, de los que había sido despojada por los realistas.
Extinguido el régimen colonial en toda Venezuela también concluyó la división de opiniones entre las Clarisas. Volvieron a Mérida en 1827 las monjas, que habían partido en 1816, menos cinco, ya fallecidas.
La alegría fue inmensa con la llegada de las ausentes y se echaron al vuelo las campanas, volvió a verse a la Santa Patrona circundada de flores, luces y perfumes, al tiempo que el órgano y los cánticos llenaban de armonía el recinto de la hermosa capilla.
Las adversidades políticas ya no entibiaban los sentimientos de dulce fraternidad religiosa: no había ya realistas ni insurgentes. Bajo el hermoso tricolor de la República, todas volvían a formar como antes un solo coro de piadosísimas almas, consagradas al servicio del Señor bajo la estrecha protección divina de la milagrosa Santa Clara.

Fuente: Mitos y Tradiciones Tulio Febres Cordero

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